Buscándola.




Deja que te diga que hace EL. No cedes a su encuentro. Le esquivas, y ¿dices que le amas? Tú no sabes que es amor.

Y se pasa los días Buscándote, yo le veo, y corre y corre como si el mismo diablo persiguiera sus pasos por esta tierra mojada. Corre, y son cada vez más lentos al enterrarse en los charcos que la lluvia ha dejado a su paso por este campo que, hasta ayer, fue testigo de vuestros encuentros fugaces.
Corre, como si en ello le fuera la vida, con la respiración alterada por los acontecimientos, con el corazón latiendo a marchas forzadas, con el alma en las manos al pensar… “No mi amor, no quiero pensarlo, porque el dolor que siento en mi corazón es tan duro y cruel, porque las lágrimas amargas que recorren mis mejillas antes acaricias por ti, se clavan tan adentro de mi alma, que no me dejan respirar”



Corre, y con ello quiere quitar de su mente los días amargos que habéis pasado juntos, al sentir como tu respiración poco a poco iba alejándose de el, como sentía que tus latidos, cada vez más cortos y débiles, iban posándose en sus manos como un recuerdo que dejarle para la eternidad.



Corre, y no quiere dejar de correr hasta volver a encontrarse con tus manos, esas manos ahora frías e inmóviles que yacen en lo más profundo de la tierra, o las suyas propias, que con tanto amor te decían todos los días lo dulce que la vida se había portado con él, lo dulce que era vivir juntos esta pasión tantas veces incomprendida por aquellos que os rodeaban.

Corre, y quiere alejarse de todas esas miradas que antes le hicieron tanto daño y que ahora le miran sintiendo lástima, por haberse perdido entre la bruma oscura y negra en la que se ha convertido su existir sin ti.



Corre, y mientras atraviesa este paraje que conduce sus sentimientos por el camino de la ternura y el encuentro de las almas, las lágrimas que brotan de él, son gotas de su sangre, que quieren preceder a tu misma suerte, a ese camino que has iniciado y del que no has querido hacerle partícipe.

Corre, y al mirar al horizonte recuerda tu última mirada a sus ojos, tus últimas palabras con las dos perlas negras que tanto había adorado en vida y por las que habría entregado todo lo que poseía, hasta el mismo.


Y por más que corre no te alcanza, no te encuentra, no sabe donde estas, no sabe dónde has ido y no entiende porque le has dejado solo.

Si no había hecho más que entregarte toda la pasión desbordante que su piel le había proporcionado, sin más daño que el propio que sufrió por todos aquellos que os lanzaron sus puñales intentando lastimarte. Si no había hecho más que dejarse llevar por los sentidos, que le atraían día tras día.





Dónde estás ahora que el siente tanto frío, que siente soledad, que siente como la muerte le ha alejado de ti, dejando otro muerto en sí mismo, con la crueldad de tu risa diciendo... “estas muerto, pero no te llevaré aun..., sufrirás la peor de todas ellas, que es seguir con vida, sin que la vida siga contigo”. Porque tú eras su vida, tu su único camino.

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