Y yo, me adormilaba en este estado de duermevela cálido y gentil… recuerdo tus olores.
Al principio sentí tu olor a algodón virgen recién recogido de la flor seca… adulterado después con la sangre de tus dedos que lo toman, tus dedos, que se rasguñan en la sequedad de la extingue flor, sangre que viola la blancura del algodón. Y tus dedos arañados que hacen tus manos rudas, pero valientes, las que me marcan… y las que me gustan, y me impregnan de tu olor.

Sentía tu olor de tarde y siesta, tu olor a carne pegajosa que vibra en una convulsión. Tu olor de mundo que queda exiliado del otro lado de la puerta. Después del horror: caer, llegar, morir en esta cama llena de luz.
Sentía tu olor a nido, huele dulce, huele a tu cuerpo, a tu saliva, a tus testículos, a tu vello…olores donde me recojo. Huele a hogar por primera vez. Olía a tus brazos, y tu rostro... y me da risa.
Sentí tu olor a tiempo pasado juntos. Tu olor a robar al tiempo para verme. Olor a engordar, a sufrir, a escapar volando, olor a no tener razones, y si cierro los ojos, y respiro… aún te puedo oler.
Odio el olor a tu jabón, ese que se interpone entre lo más sagrado de nosotros. Y nos plastifica. El olor a jabón limita los milímetros entre tu piel y la mía, cuando desordenadamente cambiamos células. Me quedo con las tuyas. Tienes las mías. Y anoche, pude hasta oler a tu jabón.
Ya es de día. Abriendo mis ojos puedo olerte. No te preciso a mi lado lamiendo mi cintura. Pero si necesito desesperadamente tu olor.
2 personajes osan decir lo que piensan:
Tu hueles a madrugada. A pan tierno, a besos frescos, a estrellas sueltas, a mar de amor. Yo lo se. Te he olido.
Ahora hueles a añoranza, a rabia contenida y a duelo.
Y en mi recuerdo vive tu olor a sol.
Te echo de menos Mi Reina.
Indiana.
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