Un sueño, una oración, una historia íntima.

Creo que despierto,
abro mis ojos,
me esfuerzo por sentir algo de luz y solo recibo oscuridad.
Debo estar aún dormida.
Dejo que la consciencia vuelva a mi cara, sin ver nada.
Son brisas oscuras que me envuelven, que pienso cálidas y
al principio, lo son... después
se tornan ásperas, insensibles, muerden, sangro.
Siento desgarro cuando se desprende mi carne de la tierra,
duele cuando la lluvia es de piedras y arena,
y golpea mis brazos sin piedad alguna.
Puedo oir como crujen mis huesos por el miedo.
Me giro al Oeste, y se disparan flechas de fuego.
Me giro al Este, y se levantan círculos en llamas.
Y sigo viendo la nada.
Esta oscuridad... los oigo rugir... los lobos van llegando...
me acechan,
los siento acercarse, corrompiendo el aire.
Los aborrezco con todas mis entrañas ya mordidas, ya usadas,
huelo mi sangre seca y arrugada,
mientras voy fragmentándome como si yo fuese la última estrella.
Ya no te pido que me ayudes,
no eres tú quien debe enseñarme el Arbol de los Alivios.
Me canso de suicidarme en poesias, en escritos,
me pierdo dentro de tus ojos,
no encuentro tus caminos,
me caigo desde lo alto, a lo profundo.
Ya no te pido que me oigas,
que me leas o que sueñes conmigo,
que creas que tengo alas,
que le des piel a mis caricias,

o boca a mis suspiros.
Ya no te pido refugio en tus abrazos,
ni que hagas de tu cuerpo mi escudo,
ni que elijas mis armas,
y las ordenes en mis manos para luchar.
Pero aún te pido,
que me hables desde la ventana de tu vida,
que digas mi nombre sin máscaras,
sin frases hechas,
sin extraños rituales,
porque quiero saber quién fuí hasta hoy,
o quién soy en tus manos,
y quién seré ante tus ojos,
ante tu espíritu,
quiero saber si tienes corazón y se entrega sin miedo,
pese a que los lobos te cerquen, te acosen y te atosiguen,
que no temes el olor a mi sangre y mi piel cuando me muerden,
que no te asustará correr conmigo.
Ahora me siento ave cansada del aire,
que por creer en sueños,
perdió cada una de sus plumas.