A lo lejos, luces tenues que emanan de los arboles de edificios de esta ciudad. Voces ligeras, casi femeninas en la calle. Toldos rancios danzando, puertas abriéndose, y un anciano fumando en un balcón.
Me coloco en el cielo. Estoy enredada en tus brazos, látigos poderosos. Dentro de esta calidez que me muestra mi noche, bebiendo tu respiración insondable, me abstraigo en unos árboles amarillos.
Tienes mansa la piel. Me pienso entonces sentada en la tierra sedienta bajo una grandiosa encina. Descalza, cautelosa y risueña. Tal vez hasta loca. Pero no me importa. No me interesa ya.
Cuando bailan las cortinas de colores con el viento, me sonrío traveseando con el vello suave de tu pecho, me lo enredo en los dedos. Es tu tacto. Es que todo este Universo que fabricas para mi, se adapta a mi cuerpo como fino vestido, ropajes de piel.
Te creía dormido hasta que me besaste. Sabes a menta. La misma que toco entre mis dedos para robar su aroma. La menta de tu jardín. Y combinas el fuego de tu lengua con el frescor de tu menta… que ironía…solo se me permite disfrutarte, dejarme deshojar.
Y es entonces cuando descubro, que esta noche, tengo una misión. Susurrarte en los labios, perderme en tu esternón, enredarme en tu cuello, abrigarme en tu espalda, desnudarme en tus caricias. Quererte sin consonantes. Solo... quererte.
Sentir.
Sentir…
SentirTE.
Observar gimiendo el negro cielo.
Y vuelvo a descubrir… que fue un sueño. O tal vez no.Ya no sé si eres verdad.
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