El descanso del Rey.



Anochecía cuando conseguí que mi Señor se durmiera tranquilo.
Había llegado extenuado, sucio y con cara de no haber comido caliente en días.
Le acompañé a nuestros aposentos y ordené que trajeran vino, viandas abundantes y prepararan un buen baño con diversas hierbas y brebajes aromáticos. Después de realizadas las tareas pedidas, mis criados abandonaron la instancia en silencio, sabían perfectamente que queríamos estar solos.

Ayudé a Mi Rey a desnudarse, se dejaba hacer como un niño pequeño deja a su madre, su cuerpo poderoso, era ahora pura derrota ante el cansancio.

Ya en la bañera, froté suavemente su piel casi negra, de tantas horas expuestas al sol del campo de batalla, olía al moho pernicioso de la cueva donde se refugiaba. Recorrí con los dedos cada una de sus cicatrices y las besé con ternura, el Gran Guerrero era como dulce de leche en mis manos, masajeé su portentosa espalda, sus músculos se relajaban por el efecto del agua caliente y mis expertas manos.

Casi vencido, como un anciano, le ayudé a salir de la bañera, sequé su cuerpo y lo uncí en aceites de misteriosas formulas, que daban vigor y temple a su cuerpo exhausto.

Vestí su desnudez con una bella manta de piel de león blanco, le senté ante la mesa, repleta de exquisiteces y comencé a servirle, como sirve una mujer a su hombre hambriento.


Al principio parecía solo querer la comida para jugar, pero poco a poco, los cuidados hicieron su efecto y el brillo de vida y pasión que caracterizaba su mirada, volvieron a resurgir y con ello mi alegría.

Ya saciado, nos tumbamos juntos en el lecho y comenzamos a hablar tranquilamente de sus asuntos de Palacio, la precaria que era la economía para los grandes ejércitos, las cruentas batallas que se estaban llevando a cabo en nuestro mundo y que tarde o temprano nos engullirían y harían tomar partido hacia algunas Alianzas.

Su cabellera, que hace bastante tiempo había empezado a copiar en su color los destellos de su espada, caía sobre su frente, sus ojos rodeados de finas hendiduras que adornaban su circunferencia, en resumen todo su ser curtido por los huracanes del tiempo, y yo, contemplaba a uno de los seres más perfectos jamás visto, en mis pupilas se podía augurar miles y miles de loas en su nombre, gritos de júbilo, sacrificios, ofrendas y años de gloria …




Mientras permanecía impávida observándolo sentí como sus manos, lentamente, se enredaban en mis cabellos y de repente con una fuerza impropia  tiró de ellos como si de riendas se trataran, acercó su  rostro y mordió fuertemente mi nariz, provocando un dolor lleno de ternura y admiración, y tras el mordisco, un beso, eterno … suavemente lo recosté en el lecho y mi Rey quedó dormido plácidamente,  poco después, me acurruqué a su lado y dormité también.

Hasta que una mano fría me despertó sobresaltada.

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