Mera observación.


Me los llevaré,
Al cielo divino y calmado.
Porque le veo a él, le observo de adentro.
La acaricia desde la primera capa de sus ojos
La besa con su propio esmero, corazón de poeta,
Aunque él, no lo sepa.
Le veo su lado animal,
Observo su cara instintiva que despierta su propio cuerpo frente a ella,
Hecho de solitarias herencias,
O de la supervivencia de haber muerto un poco cada día.
Tierno, sencillo, hermoso,
como bosque relleno de árboles retoños.
Rudo, cruel, a veces, áspero, sensible, noble…
No,
si le describo a él así,
nadie me entendería.
Grito convertido en plegaria,
Armonía, arritmia.
Zorro aunque domesticado por el tiempo,
de potente mandíbula, pelaje suave, protector.
Pero que aún puede morder,
Zorro siempre zorro.
Y la muerde… y ella, se muere…
Se aferran las manos de ella a su pecho
Como redes,
Esperando la sal de su ola, la de él.
Es hermoso observarles en la noche,
Donde se dejan caer como voces del cielo,
Y la envidio, a ella.
Solo se escucha el susurro suave de una canción,
Como muro acompañante de sordos.
Porque lo que importa son ellos dos.
Se abrazan las manos, sus manos.
Las cuatro.
Y hacen creer como hábito engañoso
en el amor como posibilidad…
Tal vez.
Y yo tengo la certeza de que ninguno de ellos miente.
Que sienten.
Cuando él delinea su cuerpo,
Cuando ella combina sus huracanes con las brisas de él.
La toca.
Le mira.
La besa.
Le adora.
La rodea.
Le consiente.
Y la llena los bolsillos de preguntas…
Me gusta mirarles desde aquí.
Observo el preludio de alaridos en sus pechos.
Tierno y frágil enreda sus dedos en los largos y negros cabellos.
Y vuelve a morderla con furia inesperada,
Dejándola a ella sin memoria.
Y el reloj se detiene cansado en su marcha,
hasta el reloj observa.
La música se suspende de un hilo,
también la música les mira.
Y entre una imagen de ella
Y otra imagen de él,
El mundo…
Queda pendiente…

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