Valor tuviste al contestarme. Osadía quizás, pero he de admitir que la guerra no es guerra sin contrincante de precio, aunque, en este caso, querida, tu antagonista no es la adecuada para ti…
Vengo de un lugar divino donde pocos pueden llegar, liberando un pasado difícil de ser curado. Guerrera de talla, color de aromático café, apetecida, cuerpo oscuro, donde mi Rey anida.
Es en mis esquinas donde encuentra su pasión y su propia agonía, donde se retuerce de placer esquivo, de vida propia y se le llena el alma que se le gasta, solo con mis manos.
Contigo, EL deambula las noches sin pensar, y si cavila, es en mi sangre, en su brillo, en mis piernas, hábiles cuerdas de su extensa espalda, en mi cintura, en su curva perfecta, en mi sexo, cuando le envuelvo en una nube de goce, y siente incendios de silencios nocturnos, y aunque de sueño muera, siempre temblará en mi pecho, yo le entrego la delicia de la vida.
Así que, Reina Blanca, acordé ya contigo concederte el título, déjale ir. Obsérvale pasear en su jardín y comprobarás que me hallo en la verdad. No lamento tu corazón herido. Peleas sabiéndote perdida, y eso me halaga, alimenta mi ego, aún no sabes quien soy…
Exacto, soy la Reina Negra, la esquiva y altiva, la que temes y padeces, esa que no te permite el sueño y te empuja a llorar de impotencia por la incapacidad de retenerle, por perderle.
Y no me digas que mientras quede esperanza, lucharás por ese amor. Estúpida… no inventes un modo, ni le entregues tu todo, comprende, ¿no lo ves?, ahora rechaza tu presencia, sientes en la piel su apatía, y sigues sin comprender que pagas un alto precio por la rutina, y que tu peor enemiga no soy yo, eres tú misma… ya experimentó el sueño del amor eterno…
Déjale ir… te quedará lo vivido…
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