
Las manos de Dali acariciaban la brisa de la tarde en cada esquina del pueblo, y arrullaba en su pecho las horas vacías de transeúntes que la olvidaban casi todos los días. Y llenaba de palabras los rincones en los que algunos la dejaban aventurarse. Dali cuidaba en secreto los sueños de hombres desconocidos y acumulaba tristezas como caricias.
Las mujeres sabían su nombre y la insultaban con miradas cargadas de furia y rechazo. Dali podría enseñarles de la vida al esconderse el sol si quisiera, si solo reconocieran bajo sus ropas a la insolente mujer que escupía gritos de auxilio que la soledad apagaba sepultándolas bajo pesadas láminas de hielo.
Pero no se daban cuenta de la dulzura de su rostro y de sus ojos, solo se fijaban en las noches que se mecían sobre ella como eclipsando toda posibilidad de salir de lo oscuro de sus días. Las mañanas no la perdonaron, y ella acabó por olvidarlas asfixiándolas en las lunas que la siguieron cada noche a los callejones estrechos y a los muelles que forman las rocas.
1 personajes osan decir lo que piensan:
Pilar...
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